VATICANO - Benedicto XVI en la reapertura de la Capilla Paulina: “Para quien viene a rezar a esta Capilla, ante todo para el Papa, Pedro y Pablo se convierten en maestros de la fe”

lunes, 6 julio 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – En la tarde el sábado 4 de julio, el Santo Padre Benedicto XVI presidió la Celebración de las Vísperas en la Capilla Paulina, dedicada a los Santos Pedro y Pablo, con ocasión de su reapertura al término de los trabajos de restauración. En la homilía, el Papa recordó que la Capilla, en el corazón del Palacio Apostólico, fue construida por voluntad del Papa Pablo III y encomendada a Antonio de Sangallo el Joven, “como lugar reservado de oración para el Papa y para la Familia Pontificia”. Luego, en referencia a los dos grandes frescos de Miguel Ángel Buonarroti, los últimos de su larga existencia, que representan la conversión de Pablo y la crucifixión de Pedro, el Sumo Pontífice destacó que “estos dos rostros cumplen un rol central en el mensaje de iconográfico de la Capilla… nos cuestionan y nos conducen a reflexionar”.
Pablo está representado con un rostro de anciano, aunque Miguel Ángel supiera que su llamada se produjo en el camino a Damasco, cuando el apóstol tenía cerca de treinta años. “El rostro de Saulo-Pablo –que es además el rostro del artista mismo, ya envejecido, inquieto y en busca de la luz de la verdad– representa al ser humano necesitado de una luz superior –explica el Pontífice–. Es la luz de la gracia divina… El rostro de Saulo caído en tierra es iluminado desde arriba, desde la luz del Resucitado y, en su dramatismo, la escena inspira paz e infunde seguridad. Expresa la madurez del hombre iluminado interiormente por Cristo Señor, mientras en torno a Él gira un conjunto de eventos en los que todas las figuras están inmersas en una especie de remolino… En el rostro de Pablo, podemos ya percibir el corazón del mensaje espiritual de esta Capilla: el prodigio de la gracia de Cristo, que transforma y renueva al hombre mediante la luz de su verdad y de su amor. En ello consiste la novedad de la conversión, de la llamada a la fe, que encuentra su cumplimiento en el misterio de la Cruz”.
Pedro, en cambio, es representado “en el momento en que su cruz volteada es levantada, y él vuelve la mirada a quienes lo están observando. También el rostro de Pedro causa sorpresa”. En efecto, notó Benedicto XVI, la figura de Pedro no comunica dolor o sufrimiento, sino “un sorprendente vigor físico. El rostro, especialmente su frente y sus ojos, parecen expresar el estado de ánimo del hombre frente a la muerte y el mal: hay una especie de extravío, una mirada aguda, que busca algo o alguien, en la hora final… Se realiza aquí como el momento culminante del seguimiento de Cristo: el discípulo no es más que el Maestro, y ahora experimenta toda la amargura de la cruz, de las consecuencias del pecado que separa de Dios, todo el absurdo de la violencia y de la mentira. Si se viene a meditar a esta Capilla no se puede escapar a la radicalidad de la pregunta que plantea la Cruz: la Cruz de Cristo, Cabeza de la Iglesia es la cruz de Pedro, su Vicario en la tierra”.
Considerando el hecho de que los dos rostros están colocados uno frente al otro, el Santo Padre evidenció que “los dos íconos pueden convertirse en los dos actos de un único drama: el drama del Misterio pascual; Cruz y Resurrección, muerte y vida, pecado y gracia… Para quien viene a rezar en esta Capilla, ante todo para el Papa, Pedro y Pablo se convierten en maestros de la fe. Con su testimonio invitan a profundizar y meditar en silencio el misterio de la Cruz, que acompaña a la Iglesia hasta el fin de los tiempos, y a acoger la luz de la fe, gracias a la cual la Comunidad apostólica puede extender hasta los confines de la tierra la acción misionera y evangelizadora que Cristo Resucitado le confió”.
“Aquí el Sucesor de Pedro y sus colaboradores meditan en silencio y adoran a Cristo viviente, presente especialmente en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía”, continuó el Papa, recordando que en la Eucaristía “se concentra toda la obra de la Redención”. Todos los demás frescos y decoraciones de la Capilla confluyen “en un mismo y único himno a la victoria de la vida y de la gracia sobre la muerte y sobre el pecado, en una sinfonía de alabanza y de amor a Cristo redentor que resulta altamente sugestiva”. (S.L.) (Agencia Fides 6/7/2009; líneas 48, palabras 772)


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