VATICANO - LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA por don Nicola Bux y don Salvatore Vitiello - El Amor del Creador está inscrito en el ADN del hombre

jueves, 18 junio 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – “Dios es todo Amor y sólo Amor y no vive en una espléndida soledad”. Además “En todo lo que existe está grabado, en cierto sentido, el ‘nombre’ de la Santísima Trinidad, porque todo el ser, hasta sus últimas partículas, es ser en relación, y así se trasluce el Dios-relación, se trasluce en última instancia el Amor creador. Todo proviene del amor, tiende al amor y se mueve impulsado por el amor, naturalmente con grados diversos de conciencia y libertad. [...] La prueba más fuerte de que hemos sido creados a imagen de la Trinidad es esta: sólo el amor nos hace felices, porque vivimos en relación, y vivimos para amar y ser amados. Utilizando una analogía sugerida por la biología, diríamos que el ser humano lleva en su "genoma" la huella profunda de la Trinidad, de Dios-Amor”.
Estas palabras pronunciadas por Benedicto XVI en el Ángelus del domingo 7 de junio inducen a reflexionar sobre el hecho de que en el corazón del hombre, como dice San Agustín, vive una inquietud constante por la verdad, en la búsqueda del sentido que corresponda a la razón y sostenga la existencia sobre la tierra; dicha verdad no es algo abstracto, impersonal e independiente de nosotros, sino que se manifiesta siempre en un encuentro concreto con el hombre. Los evangelios testimonian los “encuentros” de Jesús, Dios hecho carne, que entra en relación con el hombre, para revelar que el ser del hombre es en sí mismo relación, está en tensión de encuentro – nunca realizado completamente sino siempre realizándose cada día – de lo que se deduce que nuestra razón corresponde y se adhiere últimamente sólo al Verbo divino, al Logos.
Sin embargo, esta relación entre el hombre y el Verbo de Dios, no es “simétrica”, no consiste en un simple y recíproco “reflejarse” el uno en el otro. Más bien es, en cierto sentido, una relación asimétrica, pero con un origen bien preciso: la iniciativa la tomó el Logos cuando se hizo ver, tocar y oír, es decir cuando se dejó conocer en la carne, sin imponerse a nosotros, como un ‘Deus ex machina’, sino más bien pidiendo nuestro “sí” y pidiéndolo siempre a los hombres, para que se involucren con su inteligencia y su carne, en una libertad total y plena.
Dicha “exigencia de total involucración” sucedió en primer lugar con María, emblema perfecto de la humanidad obediente, cuando en la Anunciación Dios le pide su asentimiento: en efecto, únicamente así se hace posible que la libertad vuelva a ser verdadera, porque está en relación con la verdad. Así, cuanto nos a sido donado por el Verbo, todo lo que él nos ha dado, es para que, como recuerda San Pablo, todo pueda llegar a ser “nuestro”.
Esto es el quaerere Deum, reconocer su Presencia, aquello que buscamos cuando entramos en relación con quien amamos, en un amor nunca humanamente definitivo, siempre nuevo, que exige una humana reciprocidad.
Escribe el Papa: “Es propio de la madurez del amor que abarque todas las potencialidades del hombre e incluya, por así decir, al hombre en su integridad. [...] No obstante, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por ‘concluido’ y completado; se transforma en el curso de la vida, madura y, precisamente por ello, permanece fiel a sí mismo. Idem velle, idem nolle, querer lo mismo y rechazar lo mismo, es lo que los antiguos han reconocido como el auténtico contenido del amor: hacerse uno semejante al otro, que lleva a un pensar y desear común. La historia de amor entre Dios y el hombre consiste precisamente en que esta comunión de voluntad crece en la comunión del pensamiento y del sentimiento, de modo que nuestro querer y la voluntad de Dios coinciden cada vez más” (Deus caritas est, n 17).
El ser a “imagen y semejanza” del hombre con Dios, por un lado, como recuerdan los Padres, es un dato inscrito “en el genoma Humano”, por otro lado es un proceso de “restauración continua” de la imagen perdida, por la debilidad de la naturaleza, trágica consecuencia del pecado original.
En esto se constata que no hay solución de continuidad entre la obra del Creador, la obra del Redentor y la del Espíritu santificador. Ya que Jesucristo, como anota San Ambrosio, ha sido crucificado por el pecado y ahora vive en Dios, Él es el “restaurador” de nuestra naturaleza humana: es más, es “a imagen y semejanza suya” que todo hombre creado por Dios está llamado a resucitar y a vivir. (Agencia Fides 18/6/2009; líneas 50, palabras 758)


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