EUROPA - Comunidad Europea - Muchacha africana violada por un poderoso de su pueblo, hoy se esconde, como inmigrada clandestina, aquí en Europa, con el terror de que ninguna distancia podrá ya protegerla de la violencia sufrida (correspondencia de Luca De Mata - 15)

lunes, 9 marzo 2009

Comunidad Europea (Agencia Fides) - Es el inicio del otoño. Estamos en el Norte. El cuelo es un continuo llenarse y vaciarse de nubes. Calor y frío se alternan fastidiosamente. Mi cita es en un edificio fuera del centro. Aquí, yendo incluso más allá de los limites de las propias posibilidades, mujeres y hombres tratan de hacer descubrir al otro que hay una humanidad que todavía sabe amar, que sabe todavía donarse en la gratuidad. Hombres y mujeres que no se sienten gente, sino Personas. Hombres y mujeres que viven con coherencia su pertenencia a la Fe Católica. Hoy advierto aún más esta solidaridad, este amor por el prójimo en la cercanía a una joven africana. Hermosísima, en sus dos grandes ojos leo el pozo del miedo. El terror de las violencias padecidas. La percepción de que nada de su vida es cierto. En su rostro se reflejan limpieza y honestidad. Alta. Espigada.
Nos sentamos el uno frente al otro. Al improviso da vuelta a la silla. Está de espaldas. “Me siento más libre. Sé que mis persecutores ha asesinado a mi marido. Sé que no se nada más de mi hija y de mi madre. Sé que quizás lo han matado a todos. Diré hasta donde quiera. Ninguna pregunta. A vosotros más que de mi sufrimiento os interesa si me han violado, si ahora soy una esclava prostituta. ¡Sí! Me han violado y como para las demás es un destino escrito… No nos consideran mujeres, pero todavía no soy una prostituta. Lucho para no llegar a serlo. Tengo miedo. “Ellos” están también en Europa. He aceptado encontraros para que sepan que no diré sus nombre, pero me darán la vida de nuevo. Debo defender a quien, espero, se ha quedado allá. Podéis decir de mi sólo que soy africana”.
Está claramente alterada, pero de un momento a otro se calma. “Estoy aterrorizada por la idea de ser expulsada porque soy clandestina. Si regreso me asesinarán. Si no me asesinan inmediatamente deberé ser su esclava sexual hasta que no se hayan cansado de mi cuerpo”. Le miro los hombros. Las manos largas y ahusadas. Parecen las de una niña-mujer. La violencia, el miedo, la desesperación, hacen crecer y madurar formas de autodefensa, pero en ella no hay tanto autodefensa cuanto deseo de reconstruir su cuerpo antes de las violencias. Advierto en ello la incomodidad de la certeza de que esto no podrá suceder. Ella sabe que los cortes que le han infligido en la carne no cicatrizarán nunca. No la han sólo violado horriblemente, sino que si es posible, ha sufrido algo más terrible aún. Amenazada ha traicionado la fidelidad a su amado, a su niña. Siento en ella la desesperación porque tiene la consciencia de que no será nunca más la que era antes.
Un viejo santo misionero la ha ayudado haciéndola escapar. Las palabras de su narración son sustancia, dolor, preocupación por sí y por su tierra. Preocupación por millones de mujeres africanas tratadas como objetos, esclavas, carne para el trabajo y para el sexo. Cuando comienza a hablar de nuevo la voz ha cambiado. Llora, solloza. Casi gritando: “Soy africana. Tengo poco más de 20 años. No soy una prostituta”, y luego con más fuerza y rabia: “No soy una prostituta, he nacido pobre. Las únicas cosas que poseía eran mi hija, mi esposo, mi madre, no soy una prostituta…”.
Ya no entiendo sus palabras… su llanto cubre todo. Ha nacido a finales de los años 80’. “Cuando dejé los estudios trabajé como peluquera. Una amiga de la titular venía donde nosotros, y si no podía venir, iba yo. Es la amante de uno de los hombre importantes de nuestro país. Es un sábado por la tarde, el chofer de la señora me recoge. Subo al coche. No es el recorrido habitual. Le pregunto a donde nos dirigimos: “A casa de un señor – responde – , tu cliente está allí”. Llegados me hacen entrar en un salón. Me siento y aparece un señor: “He sido yo quien te ha buscado y no la señora. Y luego me dice que cada vez que me ve donde su amante se siente atraído por mí y que quiere cambiarme la vida. Él en nuestro país puede lo que quiere. “Una casa, un coche, dinero, te daré todo”. Habla y mira mi cuerpo. Digo no. No puedo. Ya tengo un hombre y una hija. “Tiene cuatro años, me deje ir”.
Mis palabras lo ponen nervioso todavía más, para él yo no puedo no aceptar. Toma una pistola, la pone encima de la mesa y me dice tocándome: “¿Has comprendido qué te estoy diciendo?”. Le repito que sólo quiero regresar a casa. Y él entonces comienza a arrancarme todo lo que tengo encima y me viola. Me viola ese día. Me viola en la noche. Y luego me viola el día siguiente, hasta que no me encierra en un cuarto. Allí algunos hombre me tiran algo para cubrirme, pero antes gritan: “Una palabra y matamos a tu hija, a tu hombre y también a ti”. Estoy ensangrentada. Aterrorizada. Vivo por un día en ese cuarto hasta que no entra el chofer con una bolsa de dinero dejada por el señor. La rechazo. Quiero volver a casa. Extrañamente lo hacen. Cuento todo a mi madre. Todavía sangraba. Vamos a un hospital y allí un doctor me cura. No me hace preguntas, dice solamente: “Usted debe permanecer quieta por un tiempo”. Salimos. Mi madre está asustada: “Es mejor callar, ¿has visto al médico? Contra ese hombre no podemos nada”.
Tras tres días, dos civiles y dos policías me devuelven a la casa donde aquel señor me espera. Estoy ahí por tres días, hasta que uno de los policías me pide si acepto todo aquello que me pedirá el patrón; si digo no, me matará. Grito: “¡Sí! ¡Acepto todo!”. Me lavo y entro en el salón donde fui violada la primera vez. Permanezco ahí por tres semanas, sin tener noticias de nadie. Aislada. Él se va y el guardián me dice que todo aquello por lo que pasé era algo injusto.
Advierto una esperanza, pero después la oscuridad, porque él me ayudará después de que le haga a él aquello que le hice al patrón. Quiero mi libertad. Estoy dispuesta a aceptar todo. Ahora estoy fugando nuevamente con mi madre. Pasamos la frontera. De mi pareja no sé más nada, ha desaparecido. En la aldea donde me escondo, no me quieren, mi presencia puede ser un peligro. Hay un viejo misionero que sabe de mi historia. Viene al amanecer para salvarme. Llego a Europa. Desde entonces no he tenido noticias de mi hija, de mi pareja, de mi madre. No sé nada de nadie. Estoy sola. Sola. Poseo solamente una certeza: que no soy una prostituta”.
Mi encuentro finaliza aquí. Bajo las escaleras con tristeza, con un sentimiento de impotencia que me atraviesa desde la cabeza hasta los pies. Mi acompañante y yo bajamos una grada a la vez en silencio. Poco antes de llegar a la salida la voluntaria me dice: “Si pide el ‘estado de refugiado político’ no podrá regresar nunca a su tierra. Renunciaría por siempre a la esperanza de volver a ver a los suyos. La hemos acogido en esta casa pero no podremos tenerla mucho tiempo. Así son las reglas. Estamos buscando un trabajo para ella. No es fácil. No sé que pasará en el futuro. Nosotros la ayudaremos y estaremos siempre cerca, pero si uno de sus compatriotas la descubre no es verdad que la matarán, simplemente la obligarán a prostituirse en un burdel de aquí, en nuestra Europa”.
Después de una pausa continúa: “Ella lo sabe, y para ella será la confirmación de que ha muerto”. La voluntaria se aleja mientras me subo a un taxi. Le grito que aún quisiera hacerle algunas preguntas. “Lo siento no puedo quedarme – me responde – tengo que atender a una muchacha. Acaba de tener un niño...”. Le pido al taxi que pare en la primera iglesia que encuentre. Está abierta. Me sumerjo en el rostro del Señor. Afuera el cielo nuevamente se ha nublado y llueve, en la iglesia las voces de los turistas cubre el caer de la lluvia. (desde la Comunidad Europea, Luca De Mata) (15 – continúa) (Agencia Fides 9/3/2009; líneas 85, palabras 1376)


Compartir: