VATICANO - “Emigración y esperanza forman para nosotros un binomio inseparable: en efecto no puede haber emigración sin la esperanza y el deseo de una vida mejor”, subraya el Arzobispo Marchetto, Secretario del Pontificio Consejo de la Pastoral para los Inmigrantes e Itinerantes

viernes, 27 febrero 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – “Emigración y esperanza forman para nosotros un binomio inseparable: en efecto no puede haber emigración sin la esperanza y el deseo de una vida mejor, de dejar atrás la ‘desesperación’ de un trabajo que no está y de un futuro imposible de construir. Es la esperanza que mueve a los emigrantes a partir, a dejar su tierra y su familia. Pero, al mismo tiempo, los viajes están animados por la esperanza del regreso, ya que los cansancios y la vida difícil del emigrante parecen más fáciles de soportar si, un día, se podrá regresar a casa”. Lo subrayó el Arzobispo Agostino Marchetto, Secretario del Pontificio Consejo de la Pastoral para los Inmigrantes e Itinerantes, en su relación sobre el tema “Emigración y Esperanza” dada durante un Encuentro organizado por la Asociación Internacional “Caridad Política”, que se desarrolló en Roma en la tarde del 26 de febrero. Haciendo referencia a la segunda Encíclica del Papa Benedicto XVI, “Spe Salvi”, el Arzobispo destacó que fe, esperanza y amor concreto, “forman la sólida base para que todos, católicos y hombres de buena voluntad, puedan reconocer y afrontar los males sociales de hoy”.
“Se emigra para escapar de la miseria negra, de las persecuciones religiosas o políticas y de la guerra o de un pasado pesado – evidenció Mons. Marchetto –. Pero se emigra también para seguir sueños y proyectos, donde se mezclan deseos de felicidad, libertad, amor, riqueza, etc. Entre fuga y seguimiento, en efecto, se tocan las cuerdas de la esperanza en los hechos migratorios, ayer como hoy”.
En su intervención el Secretario del Pontificio Consejo de la Pastoral para los Inmigrantes e Itinerantes puso también en relieve que la esperanza cristiana “hace ciertamente referencia en modo personal a cada uno de nosotros, pero es también esperanza comunitaria, esperanza para la Iglesia y para toda la familia humana”, por lo que “la solicitud pastoral de la Iglesia hacia los inmigrantes, en efecto, tiene esta tarea y esta fuerza, es decir la de generar esperanza y, por eso, nos sentimos en plena sintonía con lo que afirma el Papa”.
Subrayando luego el “fuerte realismo en el Magisterio de la Iglesia” en tema de migraciones, el Arzobispo citó la Constitución Apostólica de Pío XII “Exsul Famiglia”, considerada la magna charta del pensamiento de la Iglesia sobre las migraciones, “que a partir de una mirada a la fuga de la Santa Familia en Egipto, significa justamente como los flujos migratorios, tanto los recientes como los antiguos, encuentran una raíz de esperanza justamente en el mismo evento que tocó también a Jesús, María y José”. Quien parte está generalmente “dispuesto a todo”, y es “sobre todo quien es capaz de concebir el sueño de una vida para él libre y feliz. Así, libertad y felicidad son las dimensiones fundantes de la humana esperanza migratoria, base de las promesas que hoy siguen casi trecientos millones de personas, a nivel internacional. En efecto, es la esperanza humana la que ilumina los caminos de la emigración y la que hace posible soportar años de cansancio, trabajos humillantes y condiciones de vida prohibitivas”.
Poniendo la atención en el futuro de la humanidad, Mons. Marchetto observó que “en el contexto internacional hodierno es quizás difícil esperar que el encuentro entre los pueblos, en el fenómeno migratorio, de paso verdaderamente a una familia humana, al menos mientras se sigan construyendo muros que separan países, dividen a la gentes y alejan a las personas… El único modo para hacer crecer la seguridad no es construir muros, sino crear espacios abiertos en los que todos puedan dialogar y sentirse partícipes del mismo mundo… Por lo tanto, no sirven solamente normativas de control y de contención en campo migratorio, sino también políticas de verdad y de humanidad, que tengan en cuenta las expectativas y las esperanzas de los inmigrantes, que tengan en cuenta el derecho a emigrar, como lo reconoció la Declaración Universal de los Derechos del Hombre en 1948”.
Luego el Arzobispo reafirmó la actualidad de la enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia, recordando que ella “en la visión de Juan Pablo II, es parte de la moral católica, por lo que no se puede decir – como muchas veces se hace –: ‘yo soy católico’, pero sobre este punto no estoy de acuerdo con la Iglesia, si se trata de doctrina social eclesial. Se debería decir ‘yo no soy católico en este campo, en este comportamiento’”.
Concluyendo su intervención, Mons. Marchetto afirmó que no podemos ceder a la tentación de no ver el dolor y el sufrimiento de los demás, sobre todo en el drama de la migración, y del hombre que “no entiende que solo con el alivio del sufrimiento se construye un futuro verdadero, digno de ser vivido por todos … En definitiva, el lema del Santo Padre –“un mundo sin Dios es un mundo sin esperanza” (Spe salvi, n. 44)- debe guiar la acción en el campo de la solicitud pastoral para los migrantes”. (S.L.) (Agencia Fides 27/2/2009; líneas, palabras)


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