VATICANO - Benedicto XVI en la XVII Jornada Mundial del Enfermo: “para nosotros cristianos es en Cristo que se encuentra la respuesta al enigma del dolor y de la muerte”

jueves, 12 febrero 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – “Esta Jornada nos invita a hacer sentir con mayor intensidad la cercanía de la Iglesia a los enfermos… Al mismo tiempo, hoy se nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre la experiencia de la enfermedad, del dolor, y más en general sobre el sentido de la vida que debe realizarse plenamente también cuando sufre”. Así se expresó el Santo Padre Benedicto XVI encontrando a los enfermos reunidos en la Basílica Vaticana el 11 de febrero, Memoria de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes, XVII Jornada Mundial del Enfermo. Después de la Santa Misa para los enfermos del UNITALSI y los peregrinos de la Obra Romana de Peregrinaciones celebrada por el Card. Javier Lozano Barragán, Presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud, el Papa bajó a la Basílica y en su discurso recordó el mensaje enviado para esta Jornada, dedicado particularmente a los niños enfermos. “Si uno se queda ya sin palabras – se preguntó el Pontífice – ante un adulto que sufre, ¿qué decir cuando el mal ataca a un pequeño inocente? ¿Cómo percibir incluso en situaciones así de difíciles el amor misericordioso de Dios, que no abandona nunca a sus hijos en la prueba?”.
Dichos interrogantes, explicó el Papa, “a nivel simplemente humano no encuentran respuestas adecuadas, ya que el dolor, la enfermedad y la muerte permanecen, en su significado, insondables para nuestra mente. Viene en nuestra ayuda sin embargo la luz de la fe. La Palabra de Dios nos revela que también estos males son misteriosamente ‘abrazados’ por el designio divino de salvación; la fe nos ayuda a considerar la vida humana hermosa y digna de ser vivida en plenitud incluso cuando está debilitada por el mal. Dios ha creado al hombre para la felicidad y para la vida, mientras la enfermedad y la muerte entraron en el mundo como consecuencia del pecado. Pero el Señor no nos ha abandonado a nuestra suerte; Él, el Padre de la vida, es el médico por excelencia del hombre y no deja de inclinarse amorosamente ante la humanidad sufriente”.
Las condiciones indicadas por Jesús en el Evangelio para obtener la sanación del alma y del cuerpo son la conversión y la fe. “Pero Jesús no ha sólo hablado: es Palabra encarnada. Ha sufrido con nosotros, ha muerto. Con su pasión y muerte Él ha asumido y transformado hasta las últimas consecuencias nuestra debilidad. Es por esto que – según lo que ha escrito el Siervo de Dios Juan Pablo II en la Carta apostólica Salvifici doloris – ‘sufrir significa hacerse particularmente receptivos, particularmente abiertos a la acción de las fuerzas salvíficas de Dios, ofrecidas a la humanidad en Cristo’ (n. 23)”.
Benedicto XVI prosiguió su discurso: “nos damos cuenta cada vez más de que la vida del hombre no es un bien disponible, sino un precioso cofre que hay que custodiar y cuidar con toda la atención posible, desde el momento de su inicio hasta su consumación última y natural. La vida es un misterio que por sí mismo exige responsabilidad, amor, paciencia, caridad, por parte de todos y de cada uno. Es aún más necesario rodear de premuras y respeto a quien está enfermo y que sufre. Esto no es siempre fácil; sabemos sin embargo de donde podemos sacar el coraje y la paciencia para afrontar las vicisitudes de la existencia terrena, en particular en las enfermedades y todo género de sufrimiento. Para nosotros cristianos es en Cristo que se encuentra la respuesta al enigma del dolor y de la muerte”.
El Pontífice recordó en particular que “cada Celebración eucarística es el memorial perenne de Cristo crucificado y resucitado, que ha derrotado al poder del mal con la omnipotencia de su amor. Es por lo tanto a la ‘escuela’ de Cristo eucarístico que podemos aprender a amar la vida siempre y a aceptar nuestra aparente impotencia ante la enfermedad y la muerte” (S.L.) (Agencia Fides 12/2/2009; líneas 42, palabras 646)


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