Abril 2004: “para que en las comunidades cristianas la misionariedad “ad gentes” sea tema de reflexión y motivo de constante empeño de la pastoral ordinaria” Comentario de la intención misionera indicada por el Santo Padre a cargo del Rev. Antonio M. Pernia, Superior General de la Sociedad del Verbo Divino (SVD)

martes, 30 marzo 2004

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Durante el mes misionero de octubre del 2003 fueron elevados a la gloria de los altares cuatro ejemplos de santidad misionera. Tres de ellos fueron proclamados santos: Daniel Comboni, fundador de los misioneros y misioneras Combonianos; Arnold Janssen, fundador de la Sociedad del Verbo Divino, de la Congregación misionera de las Siervas del Espíritu Santo y de la Congregación de las Religiosas Siervas del Espíritu Santo de la Adoración perpetua y Joseph Freinademetz, primer misionero verbita en China. La cuarta, la Madre Teresa de Calcuta, fue inscrita entre los Beatos.
La canonización y la beatificación de estos grandes misioneros fue una ocasión para el Santo Padre Juan Pablo II para subrayar una vez mas el tema fundamental de su Carta Encíclica “Redemptoris Missio”, esto es, la validez permanente del mandato misionero de la Iglesia. Esta validez permanente de la misión ad gentes se funda en el hecho de que, como afirma el Decreto conciliar “Ad Gentes” sobre la actividad misionera de la Iglesia “la Iglesia es misionera por naturaleza” (n.2). En consecuencia, el fin de la primera evangelización o la labor de anunciar el Evangelio a quien todavía no lo ha oído, no es ago exterior añadido a la naturaleza de la Iglesia, antes bien, es parte integrante del ser Iglesia. Una Iglesia no es del todo Iglesia si no es misionera. Esto es verdadero no solo para la Iglesia universal, sino también para toda Iglesia local, también para la Iglesia que se encuentra en el ángulo más remoto del mundo.
En consecuencia, todo cristiano, todo discípulo de Jesucristo, es misionero en virtud de su bautismo. No se puede ser cristiano y no ser misionero. No se puede ser seguidor de Jesús y no anunciarlo a los otros, sobre todo a los que no han oído nunca hablar de El. Esto implica que la misión ad gentes no es un cargo especial confiado a un grupo particular de personas en la Iglesia, como son los religiosos o los misioneros. Por el contrario, la misión es responsabilidad de todo miembro de la Iglesia, de todo cristiano, de todo creyente en Jesucristo. Se puede medir la profundidad de la propia fe en Jesús según la intensidad del compromiso en compartir la Buena Nueva de Jesús con los otros.
En consecuencia, no hay actividad “puramente pastoral” en la Iglesia, en cuanto que toda actividad pastoral debe incluir un elemento misionero. Obviamente la distinción entre las actividades pastorales de la Iglesia (dirigida a cuantos ya creen en Jesucristo y por tanto forman ya parte de la comunidad cristiana) y la actividad misionera (que por el contrario, se dirige a quien todavía no forma parte de los discípulos de Jesús y por tanto se consideran como fuera de la “grey”), continua siendo valida y útil. Nos podemos referir a la primera definiéndola como dimensión “petrina” mientras que la segunda puede ser considerada la dimensión “paulina” de la actividad de la Iglesia. Sin embargo, en la vida concreta de la Iglesia estas dos actividades no pueden ser separadas completamente: cada una de las dimensiones implica a la otra.
La atención misionera del mes de abril nos empuja en nuestra reflexión, en la programación y valoración de todas las actividades pastorales, a preocuparnos de que el elemento misionero esté siempre presente. Ninguna actividad pastoral debería estar dirigida de forma exclusiva a la comunidad cristiana. Por el contrario, toda actividad pastoral debe incluir un elemento que se dirija a todos aquellos que están fuera de la comunidad eclesial. Por ejemplo podemos pensar en las siguientes posibilidades:
1. Hacer de nuestras comunidades parroquiales, comunidades abiertas a todos de modo que puedan atraer a cuantos no pertenecen a la Iglesia, y a los que buscan, a los pobres, marginados y a personas de otras cultura y tradiciones religiosas.
2. Invitar a los no-cristianos y no-católicos a algunas de nuestras celebraciones litúrgicas particulares (como bautismo, funerales, Semana Santa, Pentecostés...) y a los encuentros de tipo social (fiestas patronales, actividades navideñas...)
3. Aumentar el ámbito de nuestro trabajo social o ministerial para incluir a las personas de otras religiones y culturas
4. Estar prontos y disponibles para aceptar la invitación por parte de los no-cristianos y no-católicos en sus celebraciones y actividades
5. Buscar las ocasiones para celebrar juntos o, para los ministro, el colaborar juntos con los no-cristianos y otras personas de buena voluntad

Hoy la misión ad gentes no significa solo ir a sitios lejanos para compartir la Buena Nueva de Jesús con los otros. Las “gentes” están a nuestro alrededor: la familia de la puerta vecina, la persona sentada a nuestro lado en el autobús, el joven que viene a reparar la televisión, la mujer a la que compro la verdura en el mercado. La intención misionera de abril nos recuerda que, como Iglesia, no podemos solo estar pendientes de las 99 oveja que están dentro del redil sino que debemos preocuparnos también de la única que esta fuera de la grey. (cfr.Mt 18, 12-13; Jn 10,16) (Antonio M. Pernia)
(Agencia Fides 30/3/2004 Líneas: 67 Palabras: 890)


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