VATICANO - Benedicto XVI en S. María de Leuca y Brindisi - “La santidad y la dimensión misionera de la Iglesia constituyen dos caras de la misma medalla: sólo en cuanto es santa, es decir llena del amor divino, la Iglesia puede cumplir su misión”

martes, 17 junio 2008

Brindisi (Agencia Fides) – El Domingo 15 de junio, el Santo Padre Benedicto XVI presidió la Concelebración Eucarística en el Puerto de Brindisi, en la Banca de San Apolinar. Concelebraron con el Santo Padre diversos Obispos y numerosos sacerdotes de Puglia. En el rito estuvo presente también el Metropolita Gennadios, a quien el Papa dirigió un particular saludo “extendiéndolo a todos los hermanos Ortodoxos y de las demás Confesiones”.
“Los textos bíblicos que hemos escuchado en este décimo primer Domingo del tiempo ordinario – dijo el Papa en la homilía – nos ayudan a comprender la realidad de la Iglesia: la primera Lectura (cf. Es 19,2-6a) recuerda la alianza hecha en el monte Sinaí, durante el éxodo del Egipto; el Evangelio (cf. Mt 9,36–10,8) lo constituye la narración de la llamada y la misión de los doce Apóstoles. Encontramos aquí presentada la ‘constitución’ de la Iglesia: ¿cómo no advertir la implícita invitación dirigida a toda Comunidad a renovarse en su vocación propia y en el ardor misionero?”.
Deteniéndose en las Lecturas, el Santo Padre ilustró el significado del pacto de Dios con Moisés y con Israel en el Sinaí: “Es una de las grandes etapas de la historia de la salvación, uno de aquellos momentos que trascienden la historia misma, en los que el límite entre Antiguo y Nuevo Testamento desaparece y se manifiesta el perenne designio del Dios de la Alianza: el designio de salvar a todos los hombres mediante la santificación de un pueblo”. Por esto la llamada de los Apóstoles por parte de Jesús: “Los Doce deberán cooperar con Jesús en la instauración del Reino de Dios, es decir su señoría benéfica, portadora de vida, y de vida en abundancia para toda la humanidad. Sustancialmente, la Iglesia, como Cristo y junto con Él, está llamada y es enviada a instaurar el Reino de la vida y a expulsar el reino de la muerte, para que triunfe en el mundo la vida de Dios. Triunfe Dios que es Amor. Esta obra de Cristo es siempre silenciosa, no es espectacular; justamente en la humildad del ser Iglesia, del vivir día a día el Evangelio, crece el gran árbol de la verdadera vida. Justamente con este humilde inicio el Señor nos alienta para que, también en la humildad de la Iglesia de hoy, en la pobreza de nuestra vida cristiana, podamos ver su presencia y tener así la valentía de ir a Su encuentro y hacer presente en esta tierra su amor, esta fuerza de paz y de vida verdadera”.
El plan de Dios, de “difundir sobre la humanidad y sobre todo el cosmos su amor generador de vida”, no es un proceso espectacular, subrayó Benedicto XVI, y el Señor quiere actuarlo “en el respeto de nuestra libertad, porque el amor por su naturaleza misma no se puede imponer”. La Iglesia se hace así, en Cristo, “el espacio de acogida y de mediación del amor de Dios. En esta perspectiva aparece claramente cómo la santidad y la dimensión misionera de la Iglesia constituyen dos caras de la misma medalla: sólo en cuanto es santa, es decir llena del amor divino, la Iglesia puede cumplir su misión, y es justamente en función de dicha tarea que Dios la ha escogido y santificado como su propiedad. Por lo tanto nuestro primer deber, justamente para sanar a este mundo, es el de ser santos, conformarnos a Dios; de ese modo surge de nosotros una fuerza santificante y transformadora que actúa también sobre los demás, sobre la historia”. En base a ese binomio “santidad-misión”, la Comunidad eclesial de Brindisi se está midiendo a través de la celebración del Sínodo diocesano.
El Papa subrayó asimismo que “los doce Apóstoles no eran hombres perfectos, escogidos por su irreprensibilidad moral y religiosa. Eran creyentes, sí, llenos de entusiasmo y de celo, pero marcados al mismo tiempo por sus límites humanos, a veces incluso graves. Por lo tanto, Jesús no los llamó porque ya eran santos, completos, perfectos, sino para que lo llegasen a ser, para que fuesen transformados y transformar así también la historia. Todo como para nosotros. Como para todos los cristianos”. Recordando después la segunda Lectura de la Misa, del apóstol Pablo, el Papa ilustró como “la Iglesia es la comunidad de los pecadores que creen en el amor de Dios y se dejan transformar por Él, y así llegan a ser santos, santifican el mundo”.
El Santo Padre confirmó el camino de la Iglesia local, “un camino de santidad y de misión”, y prosiguió: “el Evangelio de hoy nos sugiere el estilo de la misión, es decir la actitud interior que se traduce en vida vivida. No puede ser sino el de Jesús: el estilo de la ‘compasión’… La compasión cristiana no tiene nada que ver con el pietismo, con la mera asistencia. Más bien es sinónimo de solidaridad y de compartir, y está animada por la esperanza”. Al final de su homilía, el Santo Padre alentó a los hermanos y hermanas “de esta antigua Iglesia de Brindisi” a ser “signos e instrumentos de la compasión, de la misericordia de Cristo”, en cuanto “la misión de Jesús se participa en diversos modos a todos los miembros del Pueblo de Dios, por la gracia del Bautismo y de la Confirmación… Todos, en la variedad de los carismas y de los ministerios, estamos llamados a trabajar en le viña del Señor”. (S.L.) (Agencia Fides 17/6/2008)


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