VATICANO - Benedicto XVI presidió la primera estación cuaresmal en el Aventino: “La oración de súplica llena de esperanza es el leit motiv de la Cuaresma, y nos permite experimentar a Dios como única ancla de salvación”

jueves, 7 febrero 2008

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - “Al inicio de este itinerario penitencial, quisiera detenerme brevemente a reflexionar sobre la oración y sobre el sufrimiento en cuanto aspectos que califican el tiempo litúrgico cuaresmal”: con estas palabras el Santo Padre Benedicto XVI inició la homilía de la Santa Misa celebrada en la Basílica romana de Santa Sabina, el miércoles de ceniza, 6 de febrero, con el rito de la bendición e imposición de la ceniza. Antes de la misa el Papa presidió la procesión penitencial de la Iglesia de San Anselmo hacía la basílica de Santa Sabina, en la que participación cardenales, arzobispos, obispos, los monjes benedictinos de San Anselmo, los padres dominicos de Santa Sabina y algunos fieles laicos.
“La oración alimenta la esperanza, porque nada expresa mejor que el rezar con fe la realidad de Dios en nuestra vida. También en la soledad de la prueba más dura, nada ni nadie puede impedirme di dirigirme al Pare, ‘en el secreto’ de mi corazón, donde sólo Él ‘ve’, como dice Jesús en el Evangelio”, dijo el Papa en la homilía, citando dos momentos de la existencia terrena de Jesús - los cuarenta días en el desierto, a la luz de los cuales se plantea el tiempo cuaresmal, y la agonía en Getsemaní - que son esencialmente momentos de oración. “Oración solitaria cara a cara con el Padre en el desierto, oración llena de ‘angustia mortal’ en el Huerto de los Olivos. Pero en ambas circunstancias, es rezando que Cristo desenmascara los engaños del tentador y lo derrota”.
En la cruz la oración de Cristo llega a su plenitud: en aquellas últimas palabras “¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?”… “Cristo hace suya la invocación de quien, asediado sin salida por los enemigos, no tiene a nadie más sino a Dios a quien dirigirse y, más allá de toda humana posibilidad, experimenta su gracia y salvación… Jesús hizo suyo este grito de la humanidad que sufre por la aparente ausencia de Dios y lleva este grito al corazón del Padre. Así, rezando en esta última soledad junto a la humanidad toda, Él nos abre el corazón de Dios… La oración de súplica llena de esperanza es, por lo tanto, el leit motiv de la Cuaresma, y nos hace experimentar a Dios como única ancla de salvación”. El Papa subrayó asimismo que “la oración es un crisol en el que nuestras esperas y aspiraciones son expuestas a la luz de la Palabra de Dios”, y sin la dimensión de la oración, “el yo humano termina por cerrarse en sí mismo, y la conciencia, que debería ser eco de la voz de Dios, corre el riesgo de reducirse a espejo del yo, en modo que el coloquio interior se convierte en un monólogo dando lugar a mil autojustificaciones. La oración, por lo tanto, es garantía de apertura a los demás: quien se hace libre para Dios y sus exigencias, se abre al mismo tiempo al otro, al hermano que toca la puerta de su corazón y pide escicha, atención, perdón, a veces corrección pero siempre en la caridad fraterna. La verdadera oración no es nunca egocéntrica, sino siempre centrada en el otro… La verdadera oración es el motor del mundo, porque lo mantiene abierto a Dios. Por esto sin oración no hay esperanza, sino sólo ilusión”.
También el ayuno y la limosna, en íntima conexión con la oración, pueden ser considerados lugares de aprendizaje y de ejercicio de la esperanza cristiana. “Gracias a la acción conjunta de la oración, el ayuno y la limosna, la Cuaresma en su conjunto forma a los cristianos a ser hombres y mujeres de esperanza, siguiendo el ejemplo de los santos”.
Considerando el valor del sufrimiento, Benedicto XVI afirmó que “la Pascua, hacia la que apunta la Cuaresma, es el misterio que da sentido al sufrimiento humano… El camino cuaresmal, por lo tanto, siendo del todo irradiado por la luz pascual, nos hace vivir lo que se realiza en el corazón divino-humano de Cristo mientras subía a Jerusalén por la última vez, para ofrecerse a sí mismo en expiación… El sufrimiento de Cristo está, en efecto, bañado por la luz del amor: amor del Padre que permite al Hijo de ir con confianza al encuentro de su último ‘bautismo’, como Él mismo define la cumbre de su misión. Ese bautismo de dolor y de amor, Jesús lo ha recibido por nosotros, por toda la humanidad. Ha sufrido por la verdad y la justicia, trayendo a la historia de los hombres el evangelio del sufrimiento, que es la otra cara del evangelio del amor”.
La historia de la Iglesia, concluyó Benedicto XVI, “es riquísima en testigos que se han consumido por los demás sin quedarse nada, al precio de duros sufrimientos. Cuanto más grande es la esperanza que nos anima, tanto mayor es también en nosotros la capacidad de sufrir por amor a la verdad y al bien, ofreciendo con alegría las pequeñas y grandes fatigas de cada día e insertándolas en la gran com-pasión de Cristo”. (S.L.) (Agencia Fides 7/2/2008; líneas 50, palabras 848)


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