Diciembre: “Para que la Encarnación del Hijo de Dios, que la Iglesia celebra solemnemente en la Navidad, ayude a los pueblos del Continente Asiático a reconocer en Jesús el Enviado de Dios, único Salvador del mundo” Comentario a la intención misionera indicada por el Santo Padre por el P. Vito Del Prete, PIME, Secretario general de la Pontificia Unión Misionera (PUM)

lunes, 3 diciembre 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - Es nuestra la misión de colocar de nuevo ante los ojos del mundo el misterio de Jesús de Nazaret, hijo de Dios e hijo del hombre, por un futuro de esperanza y de paz, de amor y de justicia. Con estas palabras, pronunciadas en el discurso de introducción de hace un año, el Card. Crescenzio Sepe abrió el 1º Congreso Misionero Asiático: “Narrar la Historia de Jesús en Asia: una celebración de la fe y de la vida”. Esta es la misión de la Iglesia en Asia.
Contra cualquier duda o rémora de algunos que afirman que Cristo no tiene lugar en Asia, es necesario afirmar que Asia es un lugar privilegiado por Dios y que el Cristianismo en Asia no es nuevo ni puede ser considerado un elemento ajeno a su cultura y sensibilidad religiosa. Dios en efecto ha amado tanto Asia - dice el Card. Ivan Dias - que hizo nacer en Asia a su propio Hijo. El cristianismo ha sido implantado desde los orígenes por los mismos Apóstoles. Por causa de la fe en Cristo, muchos cristianos y comunidades han sido objeto de persecuciones y de martirio a lo largo de los siglos. Es en Asia que se experimentaron metodologías apostólicas proféticas, anticipando de siglos el moderno método de evangelización, surgido de una más profunda acogida cristológica y eclesiológica del Vaticano II. Ahora es tiempo de que todas las iglesias asiáticas asuman en sí y en solidaridad con las demás iglesias el mandato misionero, en diálogo con las religiones y con la herencia sapiencial asiática, “hasta que todos los pueblos Lo encuentren y Lo adoren”.
Nadie ignora que tan difícil es anunciar a Jesús en un momento en el que Asia misma está experimentando una crisis cultural debida a los rápidos cambios de los modelos de vida de la sociedad. Un nuevo mundo está naciendo. Se requiere de una nueva inculturación de la fe, injertando en las raíces culturales asiáticas la semilla del Evangelio. La Iglesia católica en Asia no se encuentra sin preparación en este campo, es más puede ser un ejemplo creíble para todas las demás iglesias del mundo. Desde hace años, efectivamente, ha individuado en el diálogo con las demás religiones y en la opción por los pobres los dos areópagos de su acción evangelizadora.
Ella sin embargo está llamada a hacer memoria no de las estructuras, sino del Señor, en manera apropiada para el contexto asiático. Por esto debe encontrarse continuamente en escucha atenta al Espíritu, escucha que la hace capaz de narrar la historia de Jesús. Dejemos que sea la historia de Jesús la que hable y toque a las personas y a los pueblos. Ella es un desafío incisivo para la justicia y la paz y exige santidad. La proclamación de la unicidad y centralidad de Cristo Salvador Universal, en el respeto y en el diálogo con las culturas y religiones, y la liberación de las masas de los pobres y marginados son los dos areópagos de la evangelización en Asia.
Es necesario que las comunidades católicas asiáticas vivan fuertemente la identidad cristiana, a través del testimonio de vida, sin olvidar que la caridad es el alma de la misión. La misión es amor, y el ser misionero es amar a Dios hasta el extremo. Aquí reside la fecundidad apostólica, porque especialmente en Asia la oración, el diálogo fraterno con las culturas y religiones, y el carácter sagrado de la vida hablan a la gente más elocuentemente que la razón misma.
Elevemos al Padre nuestra oración para que conceda a las comunidades asiáticas la voluntad y la sabiduría para proclamar el insondable y conmovedor misterio de la Encarnación de su eterno Verbo, expresión máxima de su amor eterno por la humanidad. Que ellas sean siempre diligentes en compartir con la multitud de sus hermanos y hermanas asiáticas el inmenso don que han recibido, el amor de Jesús Salvador, cuya misión de servicio y de amor desean continuar, para que todos los habitantes del inmenso continente “tengan la vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). (P. Vito Del Prete, PIME) (Agencia Fides 3/12/2007, líneas 43, palabras 692)


Compartir: