VATICANO - La misión de la Iglesia en el Magisterio postconciliar (primera parte) - a cura del P. Adriano Garuti y Lara De Angelis

martes, 27 noviembre 2007

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - En el período postconciliar se ha asistido, en nombre del pluralismo religioso, a una especie de nivelación: Cristo era presentado como uno de tantos mediadores de salvación y la Iglesia como una de las muchas vías de salvación, por lo que se llegó a hablar de crisis de las misiones. En particular, se ha asistido a una crisis en la tradicional y meritoria labor misionera, hasta el punto que se preguntaban si mereciera la pena gastar hombres y energías en esta empresa. En realidad, más que desde el punto de vista eclesiológico, la crisis venía de una memoria equivocada de los errores realizados y de la nueva relación con las otras religiones. Como estas últimas ya no se veían en términos de oposiciones sino de consideración y de aprecio, por todo lo que tienen de auténtico y de santo (cfr. LG 17) nacía, inevitablemente, el gran interrogante sobre el sentido de las misiones.
Contra tal tendencia los Papas Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI intervinieron, para reivindicar la unicidad salvífica de Cristo y de la Iglesia y por consiguiente el derecho y deber de la Iglesia a desarrollar su actividad misionera. Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi, el 8 de diciembre de 1975, partiendo de la conciencia de que Cristo es evangelio de Dios, afirma que la Iglesia es una comunidad evangelizada y evangelizadora y por tanto, tiene como su identidad más profunda y como vocación propia la evangelización, es decir, existe para evangelizar (n. 7). A continuación indica el fundamento de tal afirmación con estas precisas palabras: "La Iglesia nace de la acción evangelizadora de Jesús y de los Doce… Nacida, por consiguiente, de la misión de Jesucristo, la Iglesia es a su vez enviada por El. La Iglesia permanece en el mundo hasta que el Señor de la gloria vuelva al Padre. Permanece como un signo, opaco y luminoso al mismo tiempo, de una nueva presencia de Jesucristo…. Ella lo prolonga y lo continúa" (n. 15). El compromiso misionero es un mandato divino, por el que toda la Iglesia "es misionera, y la obra evangelizadora es un deber fundamental del pueblo de Dios" (n. 59).
Juan Pablo II, en su primear encíclica, en el que quiso trazar el programa de su Pontificado, la Redemptor hominis (4 de marzo de 1979), subraya la estrecha unión entre la misión de Cristo y la misión de la Iglesia: "la Iglesia vive el Misterio del Dios… y busca continuamente caminos para acercar este Misterio de Su Maestro Señor al género humano, a los pueblos, a los naciones a todo hombre. La Iglesia existe para la misión, es para la misión… existe para hacer posible el encuentro entre Cristo y el hombre" (n. 7). La misión constituye, pues, la sustancia de la Iglesia y su preocupación fundamental. Para llegar a demostrar como la Iglesia pueda hacer posible este encuentro Juan Pablo II ha usado la expresión: "Jesucristo es la camino principal de la Iglesia", precisando que: "Él mismo es nuestro camino a la casa del Padre, y también es el camino de cada hombre". En la misma línea se enlaza la encíclica Redemptoris Missio, del 7 de diciembre de 1995, dedicada a la permanente validez del mandato misionero: "La Iglesia es misionera por su propia naturaleza ya que el mandato de Cristo no es algo contingente y externo, sino que alcanza al corazón mismo de la Iglesia" (n. 62) (5 - continua) (Agencia Fides 27/11/2007; Líneas: 39 Palabras: 599)


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