VATICANO - La beatificación del Papa Luciani y el escándalo de “hacer fácil” la salvación

sábado, 3 septiembre 2022 papa   santos   santidad   misión   catecismo   fe   caridad  

Roma (Agencia Fides) - Albino Luciani será Beato. El domingo 4 de septiembre, el Papa Francisco celebrará la liturgia de beatificación de su predecesor, que subió al trono de Pedro sólo durante 34 días entre agosto y septiembre de 1978.
El “Papa de septiembre” (como lo ha definido una reciente publicación en inglés) no es proclamado beato por el breve tiempo que fue Vicario de Cristo en la tierra. Stefania Falasca, vicepostuladora de la Causa de canonización y hoy vicepresidenta de la Fundación Vaticana Juan Pablo I ha subrayado con énfasis que no se “beatifica” un pontificado. Lo que se hace es proclamar ante el pueblo de Dios y ante el mundo que el cristiano, el sacerdote, monseñor Albino Luciani - que al final de su vida llegó a ser obispo de Roma y sucesor de Pedro - vivió una íntima unión con Dios, realizada por la gracia de Cristo, y manifestada en él en las virtudes de la Fides Romana, ejercidas “en grado heroico”: las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad, junto con las virtudes cardinales de la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Virtudes que el Papa Juan XXIII, en el Diario del Alma llamó «las siete lámparas de la santificación».
En torno a esas siete virtudes, las siete lámparas de la vida cristiana, se teje todo el breve e incomparable magisterio pontificio de Juan Pablo I. Estas eran el centro al que quería vincular toda su predicación. Las siete virtudes eran el "programa" a realizar en sus primeras catequesis pero sólo consiguió realizar las dedicadas a las tres virtudes teologales.
En el Aula Nervi, el Papa Luciani hizo brillar la fe con la ayuda de citas de Trilussa y de San Agustín, para testimoniar que la fe no consiste en “creer que Dios existe”, sino en confiarse a Él («Esto es también creer en Dios, que es ciertamente más que creer en Dios»), y reconocer que la de Cristo «no es nuestra doctrina», y que «sólo debemos custodiarla, sólo debemos presentarla». De la esperanza, “virtud niña”, habló con citas que van del Concilio Vaticano II a San Francisco de Sales, de Agustín a San Juan Bosco, de San Alfonso de Ligorio a Santo Tomás, de Andrés Canergie a Friedrich Nietzsche. La definió como la virtud que mantiene la puerta abierta para los pecadores. Y pronunció sus últimas palabras públicas en la catequesis dedicada a la caridad.
«Ahora -escribe San Pablo en la Primera Carta a los Corintios- quedan estas tres cosas: la fe, la esperanza y la caridad. Pero la mayor de todas es la caridad». En el breve tiempo de su pontificado, el Papa Luciani ya había dicho todo lo que había que decir. Y es precisamente este rasgo elemental de su testimonio el que hace resaltar hoy de manera luminosa el alcance profético de su relevancia eclesial y la oportuna conveniencia de su canonización. Los santos y beatos no son proclamados para exaltar su prestigio personal, sino siguiendo los criterios que incluso en el procedimiento canónico se refieren a la 'Opportunitas canonizationis'.
En la actualidad, la fuerza de la beatificación del Papa Luciani coincide precisamente con el hecho de que todo se remonta a los datos elementales del dinamismo cristiano. La fe, la esperanza, la caridad, dones en los que actúa la gracia, introducidos por la humildad, que es lo único en lo que el mismo Cristo pidió a sus Apóstoles que le imitaran, sabiendo muy bien que no podían imitarle en la realización de milagros. El Papa que recibió la Fides Romana en los montes de Belluno, como un regalo envuelto en oraciones aprendidas en las rodillas de su madre, repite que también hoy, para salvarse y ser feliz, basta con caminar en la fe de los Apóstoles, propuesta y proclamada por la Iglesia. Una fe que se proclama en la vida en acción, sin ansias de originalidad, con el catecismo, y se comunica en la gracia de los sacramentos, empezando por el Bautismo. «El más hermoso de los ministerios - decía Luciani - es el ministerio pastoral. Pero el catecismo es aún más hermoso. No hay nada que se le pueda comparar. Es el ministerio más puro, más desprendido de toda pretensión. Lo que no es catecismo no es nada a mis ojos».
En la época actual, en la que el malentendido hace de la vida cristiana una cuestión de “competencia profesional” que hay que adquirir con empeño y a un alto precio, o un camino impermeable para los campeones atléticos de las cumbres de la espiritualidad, Albino Luciani reitera que el misterio escandaloso del cristianismo es hacer fácil la salvación. Basta con seguir las huellas de los gestos sencillos que la Iglesia y el pueblo de Dios repiten y siguen en su recorrido por la historia, aprovechando y atesorando todas las riquezas esparcidas por el genio de los hombres a lo largo del camino. Un “protocolo” que se vuelve involuntariamente subversivo para los clericalismos de todo tipo. Y puede alimentar con linfa nueva y antigua todo auténtico impulso misionero toda obra apostólica, preservándolas del riesgo de convertirse en un estéril auto-entretenimiento.
Si la salvación es un don gratuito conectado misteriosamente a los gestos propuestos por la Tradición de la Iglesia, no hay necesidad de trucos y artilugios ideados por alguna clase auto-elegida de “iniciados” iluminados.
El Papa, que convirtió las audiencias generales en alegres lecciones de catecismo, quiso hablar a la gente de su tiempo en su propia lengua. Y también en esto, «permaneció fiel a la doctrina de San Francisco de Sales, un santo al que amaba desde su adolescencia, cuando leyó la Filotea. Introduction à la vie devote e il Traicté de l’amour de Dieu, y como facilitó a todos el camino hacia Cristo, como está escrito en el breve pontificio que lo reconoce como Doctor de la Iglesia». (Stefania Falasca). Sin poses, sin fórmulas altisonantes e intimidatorias. Cuando ya como Papa eligió un tono coloquial y convocó a poetas y escritores como aliados de su magisterio predicador, Juan Pablo I retomó los caminos de los Padres de la Iglesia que ya en los primeros siglos cristianos buscaban la «sabiduría del dar». Su “sermo humilis”, practicado tras las huellas de San Agustín, regado con las palabras de la Sagrada Escritura y el genio literario, era la forma de expresión más adecuada para una Iglesia que quería ser amiga de los hombres de su tiempo. Al igual que Agustín, Luciani reconocía que toda verdad revelada debe proponerse “suaviter”, con delicadeza, porque «sólo alimenta al alma lo que la hace feliz».
(GV) (Agencia Fides 3/9/2022)


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