VATICANO - EL CARDENAL SEPE, A SU REGRESO DE MONGOLIA, DONDE HA PRESIDIDO, EN NOMBRE DEL PAPA, LA ORDENACIÓN DEL PRIMER OBISPO Y LA CONSACRACIÓN DE LA CATEDRAL DE ULAANBAATAR: “TRAS LAS LARGAS PERSECUCIONES, LA GENTE TIENE UNA GRAN SED DE DIOS”

viernes, 5 septiembre 2003

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – Entre los días 25 y 31 de agosto, el Cardenal Crescenzio Sepe, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, efectuó una visita pastoral a Mongolia, como Enviado Especial del Santo Padre, Juan Pablo II, para presidir dos acontecimientos históricos en la vida de la pequeña comunidad católica: la ordenación del primer Obispo, el Prefecto Apostólico Monseñor Wens Padilla, y la consagración de la catedral de Ulaanbaatar, dedicada a los Santos Pedro y Pablo. A su regreso a Roma, el Cardenal Sepe ha aceptado responder a las preguntas de la Agencia Fides.

Eminencia, tras apenas un año, ha vuelto a visitar Mongolia por segunda vez. ¿Por qué esta pequeña Iglesia, que cuenta con menos de 200 fieles en un territorio inmenso de un millón y medio de km2 , cuenta tanto para el Santo Padre y para el Dicasterio Misionero?

Para el Papa y para el Prefecto de Propaganda Fides cuentan, seguramente, todas las comunidades de fieles esparcidas por el mundo, desde las más jóvenes hasta las más antiguas, desde las más numerosas hasta las que están formadas por pocas personas: rezan y trabajan por todas ellas, e intentan prestarles apoyo para sus diferentes exigencias y necesidades. Pero, como un padre o una madre de familia, aun teniendo muchos hijos, dirige, naturalmente, sus atenciones a sus hijos más pequeños, que necesitan mayor ayuda para su crecimiento; así pues, la joven Iglesia de Mongolia podría representar perfectamente al hijo recién nacido, que, tras los primeros llantos, necesita cuidados y atención para fortalecerse, crecer y caminar con sus propias piernas. Mi visita como Enviado Especial del Santo Padre, que hubiera deseado haber estado presente de persona en los dos acontecimientos históricos de la ordenación del primer Obispo y de la consagración de la primera catedral de Mongolia, como escribió en su Mensaje para dicha ocasión, ha querido significar un signo especial de estímulo y de cercanía a esta joven Iglesia misionera que, por acción del Espíritu, está creciendo rápidamente y con grandes esperanzas para el futuro.

De hecho, recorriendo la historia de esta nación, se podría hablar de un crecimiento prodigioso de la Iglesia en un periodo de tiempo bastante breve…

Aunque la primera evangelización de Mongolia se remonta, nada menos, que al siglo VII, en realidad, el nacimiento de la Iglesia en aquella región tuvo lugar hace, apenas, 11 años, tras la caída del Muro de Berlín y, por tanto, del régimen ateo-comunista, que había utilizado todos los medios posibles para acabar con toda forma de religiosidad, destruyendo los lugares de culto y asesinando a miles de fieles. Si pensamos que, hasta hace pocos años, no existía absolutamente nada –estructuras, comunidades, operadores pastorales- y, actualmente, se cuenta con 45 misioneros, 8 institutos religiosos, 150 católicos y un consistente número de personas que se están preparando para serlo, 3 comunidades de fieles, numerosos grupos y obras de apostolado, no podemos dejar de ver en todo ello la obra del Señor, que conduce, con mano segura, a su pueblo, pese a las dificultades que, a menudo, parecen insuperables a nuestros ojos. Por otra parte, no han sido pocos los obstáculos que los primeros 3 misioneros, uno de los cuales tuve la alegría de ordenar Obispo el pasado 29 de agosto, encontraron en su camino: desde el idioma y la situación económico-social particularmente difícil, hasta la carencia de cualquier tipo de referencia pastoral. Al principio, los primeros fieles que participaban en la Eucaristía, celebrada en algunos apartamentos, eran, exclusivamente, ciudadanos extranjeros; más tarde, se unieron a ellos las primeras personas de la población local. Inició, por tanto, el apostolado dirigido a la gente de la calle. Se construían, así, los pilares de aquella Iglesia local, que hoy cuenta con su Obispo, su catedral y sus estructuras pastorales, muy concurridas y activas.

¿Qué impresión le ha hecho esta visita?

Ante todo, un sentimiento profundo de alabanza a Dios por este “nuevo inicio” de la Iglesia en Mongolia y un gran reconocimiento por nuestros misioneros y misioneras, y por todos los que están en primera línea en la obra de evangelización. He podido constatar mucho interés entre la gente por la fe católica. Hay confianza en sus representantes y crece el deseo de entrar a formar parte activa de la Iglesia. En las celebraciones que he presidido para la ordenación episcopal y la consagración de la catedral, participaron autoridades militares y civiles, representantes de otras religiones y cientos de personas, unidas espiritualmente con cantos y oraciones en lengua mongol. En sus rostros se reflejaba una gran alegría y la conciencia de participar en un momento histórico. Una de las señales más consoladoras es, precisamente, ver la gran sed de Dios que estas personas tienen, sus corazones abiertos y dispuestos a acoger la Buena Nueva del Evangelio. La larga dictadura comunista, que pretendió cancelar el nombre de Dios del ánimo de la gente, provocó, de hecho, sólo un gran vacío: un vacío que, actualmente, la gente siente poder colmar únicamente acercándose a Jesucristo, al Evangelio que la Iglesia anuncia. Lo prueba el hecho de que las Iglesias están abarrotadas y que la comunidad cristiana crece, como lo hace también el número de los que se acercan a la Iglesia. También los catecúmenos que se preparan para el Bautismo son, en su mayoría, jóvenes y adultos. Otro aspecto que deseo subrayar es el de la tolerancia religiosa: los Gran Khan mongoles demostraron, ya en el siglo XIII, una singular tolerancia y aceptación de todas las religiones. Este principio basilar para la convivencia humana se ha transmitido hasta nuestros días: en la nueva constitución de Mongolia se ha inserido el derecho fundamental a la libertad de religión, sobre el que se discute y se debate en nuestros días, a veces de manera muy aguda, en diversas partes del mundo.

Entre otras dificultades, la Iglesia y los misioneros se encuentran, también, frente a una situación económico-social difícil. ¿No podría ser un obstáculo para la obra de evangelización?

Como ha sucedido ya en otros territorios que formaban la ex Unión Soviética, tras la caída del Muro de Berlín, Mongolia recuperó la libertad pero pagó un alto precio: los soldados y los técnicos soviéticos regresaron a casa, muchas fábricas cerraron, los sueldos se redujeron notablemente y un gran número de familias viven en la pobreza. De consecuencia, se ha difundido el drama de los niños de la calle: miles de ellos viven de lo que consiguen encontrar entre la basura, o bien de la delincuencia. Naturalmente, los misioneros no pueden cerrar los ojos frente a esta realidad, y trabajan con toda la energía disponible, haciendo partícipes a la comunidad católica y a los que se mueven entorno a ella, para ayudar a los pobres, a los vagabundos, a los alcoholistas y a los niños abandonados. En 1995 un misionero abrió un centro de acogida y ayuda para apartar a los niños de la vida que conducen en las cloacas de las calles de Ulaanbaatar: se trata de un centro laico, reconocido por el Gobierno como ONG, en el que trabajan operados laicos, católicos y no católicos. Durante mi visita, estuve en la “Casa del Pobre”, que se encuentra en Erdenet, tercera ciudad de Mongolia, en la parte centro-septentrional del país: allí se encontraban reunidos alrededor de 400 pobres que esperaban poder recibir algo de comer. No es más, seguramente, que un grano de arena en el desierto, pero constituye un gran empeño para la Iglesia que, fiel al mandato de su Señor, intenta aliviar, como puede, los sufrimientos de tanta gente. Precisamente, ver a los misioneros y a los católicos dedicarse sin reservas a la asistencia de los más débiles, considerándoles como hermanos y sin hacer diferencias de ningún tipo, constituye, a menudo, la chispa que enciende el fuego de la fe y genera nuevas conversiones. Los jóvenes, en especial, se dejan interesar con gran disponibilidad y generosidad. El Santo Padre ha repetido en muchas ocasiones durante sus 25 años de pontificado que los jóvenes son la esperanza de la Iglesia: estoy seguro de que ellos son también la esperanza de la joven Iglesia de Mongolia.
(S.L.) (Agencia Fides 5/09/03)

En nuestro sitio www.fides.org se encuentran a disposición una serie de fotografías, que se pueden descargar y utilizar libremente, relativas a la visita del Cardenal Crescenzio Sepe en Mongolia,


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