VATICANO - Entrevista de Fides al Presidente de las Obras Misionales Pontificias, Su Exc. Mons. Henryk Hoser, que recibirá mañana la Ordenación Episcopal

viernes, 18 marzo 2005

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) - En la solemnidad de San José, sábado 19 de marzo, el Card. Crescenzio Sepe, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, conferirá la ordenación episcopal al nuevo Secretario adjunto de la Congregación y Presidente de las Obras Misionales Pontificias, Su Exc. Mons. Henryk Hoser. En vísperas de su ordenación, que tendrá lugar en la capilla del Pontificio Colegio Urbano, la Agencia Fides ha encontrado al nuevo Arzobispo.

Excelencia, Usted ha tenido una larga experiencia misionera, ¿cómo piensa ponerla en práctica en el nuevo cargo de Presidente de las Obras Misionales Pontificias?
Mi experiencia misionera ha durado 21 años: un tercio de mi vida. ¿Qué significa para mí ser hoy Presidente de las Obras Misionales Pontificias? Ha pasado muy poco tiempo desde mi nombramiento para dar una respuesta a un cargo tan complejo y tan distinto de lo que he realizado hasta ayer mismo. Aunque este mi nuevo cargo es y será, en realidad, una síntesis de mi historia de misionero. Todo misionero expresa el valor de la solidaridad hacia los otros, pero si no existiera la solidaridad de otros, de todos, de todos vosotros hacia los misioneros, los misioneros no serían sino el fin en si mismos y no un punto de luz de la Iglesia Universal allí dónde ofrecen su testimonio, en situaciones con frecuencia difíciles, cuando no hostiles.
Inicialmente mi historia no es ciertamente diversa de la de otros misioneros. Para mí, como para todos los misioneros, no hay un momento particular en el que aprendí a ser misionero. Sientes esta vocación que te cambia la vida, sientes la llamada del Señor, pero luego entiendes que uno se hace misionero con el tiempo. Por medio de posteriores descubrimientos. Por medio de derrotas y éxitos. Por medio de las relaciones personales con las poblaciones en los lugares de misión. Y aún más, metiéndose, sin ideas preconcebidas, en sus vidas. En sus problemas. En sus historias individuales y colectivas. Ser misionero significa ser partícipe de la cultura de los pueblos con quienes entras en contacto. Usar no sólo su lengua sino su lenguaje. La que llamamos inculturación de un misionero es en realidad, su capacidad de vivir las culturas de las poblaciones que encuentra en su camino de evangelización. Todo esto va unido a una relativa enajenación de la propia cultura de origen como es evidente entre los viejos misioneros
Hoy asisto a debates sobre las misiones. Formo parte de quien tiene que buscar soluciones a los muchos problemas que llegan aquí, cada día, a la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y a las Obras Misionales Pontificias. Participo y escucho con la sensibilidad de quien ha vivido esas culturas. Participo y escucho con el oído "de la otra parte”. La riqueza de una experiencia misionera vivida te permite leer realidades complejas y entender en profundidad los condicionamientos que estas realidades complejas ejercen sobre el mundo misionero, en aquellos territorios, entre aquellas poblaciones.
¿Un ejemplo? Los países más desarrollados, las naciones con el mayor índice tecnológico tienen sistemas legislativos muy avanzados que hacen observar rígidamente, salvaguardando así los principios de la democracia y de la convivencia civil. Muy distinto es en las naciones donde los gobiernos son débiles y fracasan en administrar los intereses públicos: en estas condiciones sobrevive la persona que, con sentido común, consigue "ingeniárselas" en esas condiciones particulares. ¡Personas con sentido práctico, pero que a veces, para sobrevivir, van incluso contra su conciencia.. No olvidemos en que condiciones indecibles de sufrimiento viven personas, familias, sociedades de hombres! ¡Pero no por ello disminuye la alegría de vivir, las ganas de vivir entre estas personas! Continua vivo en mí el recuerdo de la vitalidad de las jóvenes Iglesias. Su audacia. Su ánimo. Pero está igualmente vivo en mí el recuerdo del sentido de abandono por parte de los otros que perciben estas Iglesias jóvenes. ¡Es un sentido de soledad difícil de soportar!
¡Qué gran desafío es todo esto! Porque éstas son también Iglesias ricas en creatividad. Llenas de iniciativas que implican a millares de fieles. Aquí las vocaciones abundan por todas partes. Son tantas que, a veces, faltan recursos para darles una buen formación y una justa formación de calidad.
Contrariamente a los países de la vieja cristiandad, que dudan de su identidad y de su historia, los fieles de las Iglesias fundadas hace poco tiempo o que han renacido recientemente "son valientes"! "Se atreven" a estar orgullosas de pertenecer a la Iglesia de Cristo. Osan manifestar públicamente esta pertenencia. He encontrado a cristianos formidables. Valientes. Fieles. Incluso de las paginas más oscuras de la historia reciente de estos pueblos saldrán Santos canonizados. Estoy seguro de ello.

El continuo viajar de Juan Pablo II entre las gentes es una invitación constante a convertirnos todos en misioneros. ¿Qué invitación, dirigiría hoy, en la complejidad de las dinámicas históricas y sociales de los pueblos, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, a los laicos más o menos comprometidos, a las familias cristianas, para que el llamamiento de Juan Pablo II a ser misioneros en la sociedad contemporánea no sea sólo algo ocasional sino la razón de vivir?
La pregunta es tanto más compleja cuanto la complejidad evocada "de las dinámicas históricas y sociales de los pueblos". Contestando indicaré dos recuerdos y expresaré una convicción.
En la constitución conciliar "Lumen Gentium" se dice, hablando del carácter misionero de la Iglesia, que ella "con su obra consigue que todo lo bueno que haya depositado en la mente y en el corazón de estos hombres, en los ritos y en las culturas de estos pueblos, no solamente no desaparezca, sino que cobre vigor y se eleve y se perfeccione para la gloria de Dios, confusión del demonio y felicidad del hombre ". Y la constitución añade: "Sobre todos los discípulos de Cristo pesa la obligación de propagar la fe según su propia condición de vida " (LG 17). Así parece claro que la extraordinaria complejidad del mundo de hoy, dónde las ideas "cambian y se contradicen”, (Juan Pablo II) no es sino una "materia prima" que espera ser purificada, para extraer los elementos válidos que hacen grande al hombre, manifestando así la gloria de Dios, Su presencia. La participación de todo bautizado y diría, de todo hombre de buena voluntad, es absolutamente necesaria en esta empresa. ¿Pero por qué es necesaria esta participación? Porque la Iglesia está compuesta de personas individuales. Únicas. No imitables. Ellas existen, ellas viven, a todos los niveles, una complejidad de relaciones interpersonales que parten de la familia. En más, toda persona posee una vocación que corresponde perfectamente a las circunstancias del tiempo y el lugar. Así estas vocaciones son únicas y no reproducibles.
A cada persona Cristo confía una parte de responsabilidad de la obra de la Salvación del género humano. De estas personas y de estas vocaciones está compuesta la Iglesia. Por tanto, la pérdida aún de una sola de estas personas, es una pérdida difícilmente reparable. “Todo hombre es un capítulo aparte" nos recuerda el Papa. Pero, no se puede ser feliz si se pierde la propia vocación, si no se resplandece de esta vocación, que significa, a su vez, responder concretamente a esta misión.
El Concilio cita las palabras de San Pablo, "Ahí de mí si no predico el Evangelio" (l Cor 9,16) y añade que la Iglesia tiene que hacer suyas estas palabras: "ella sigue enviando sin descanso misioneros para permitir que sean plenamente instituidas las nuevas Iglesias y que continúen a su vez la obra de evangelización". Los evangelizados deben convertirse ellos mismos en misioneros, deben a su vez que evangelizar. Esto es ser cristianos. Esto es la signo de su madurez. ¡La felicidad es descubrir la propia vocación y vivirla! Nosotros tenemos que prever que en un mundo cada vez más complejo, cada vez hay mayor necesidad de misioneros de nueva generación que sepan ofrecer toda la riqueza carismática de la Iglesia.
Llego por último a la que es mi convicción que es además la convicción de Juan Pablo II: "Dios está preparando para el cristianismo una gran primavera de la que ya se ven los primeros brotes " (RM 86).
Pienso que la crisis postconciliar esté llegando a su fin. Sobre todo la crisis de confianza hacia la Iglesia y su Magisterio. El vacío de los sentidos no puede persistir. La llanura de la vida post_moderna se convierte en "tierra árida y desértica". La cultura lúdica ha demostrado todos sus límites. Las estructuras del pecado se construyen dispendiosamente y minan las bases de la antropología elemental. La lógica del mercado niega a una gran parte de la población mundial el acceso a los bienes de base para la supervivencia. He aquí porque el maniqueísmo está tan presente como tentación entre muchos cristianos. Ellos tienen la impresión de que el mal es más fuerte que el bien, que el mal es omnipresente y que conseguirá vencer.
¡Pero el que hace la primavera es Dios mismo! "El astro en el cielo para iluminar a los que vivían en tinieblas y en sombra de muerte. (Lc 1,78.79). Luz que se revela a las naciones (Lc 2,32). El terreno está preparado para acoger a Aquel que comparte nuestra historia y que siempre está presente en nuestra vida de hoy. Por este motivo he elegido como lema episcopal estas palabras de la primera epístola de San Juan: “Dios es más grande”. Dios es más grande que nuestras crisis de identidad, que nuestra mediocridad cuando dudamos de nosotros mismos. ¡Dios es más grande que el mal y el Maligno, "el que está en vosotros es más que el que está en el mundo (1Gv 4,4). "Tened valor! Yo he vencido al mundo" dice el Señor. Esta es también mi respuesta. (Agencia Fides 18/3/2005; Líneas: Palabras:


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